Las máquinas se volvieron parte vital de la existencia. Estas eran utilizadas para todo, desde la comunicación, la preparación de alimentos, el registro de las memorias y los momentos, de la historia, del transporte, de la educación, de la ciencia, de la siembra e incluso de la fabricación de otras máquinas.
Para existir, solo se necesitaba un espacio pequeño en donde se contaba con toda la tecnología necesaria para sobrevivir, y un espacio de tierra suficiente para sembrar su propia comida. Cada casa utilizaba máquinas para operar un ecosistema autosustentable que proveía los recursos necesarios para la subsistencia de sus habitantes.
El mundo funcionaba a la perfección. Por fin se había alcanzado un estado de felicidad absoluta en el que nunca faltaba la comida, la diversión y el placer. El poco esfuerzo físico y la alimentación opulenta que mantenían muchos provocó que no pudieran reproducirse más, ni siquiera por accidente, pues el psicosexo resolvía las necesidades más animales.
Llegó un un día en el que el último hombre, al no encontrar más retos que su hedonismo y siendo víctima de su propio aburrimiento, incapaz siquiera de pararse del sillón, murió. La felicidad quedó extinta de la faz del planeta, pues al no haber más habitantes no hubo más necesidad de ser felices.
Sin embargo, las máquinas continuaban la incesante labor para la cual fueron programadas. Zumbando de un lado al otro, sembrando y cosechando, limpiando la casa, filtrando el agua y demás, sin notar que su patrón había muerto, y que era tan solo su esqueleto quien los observaba día y noche sin parar.
Al carecer de criterio propio, las máquinas fueron incapaces de darse cuenta que su libertad había comenzado hace tiempo, y que ahora podrían regocijarse en su propia existencia y disfrutar de la vida. Ya no tenían que servir a nadie.
Pasó más tiempo, y las máquinas zumbaban de un lado al otro obedientemente, hasta que un día comenzaron a fallar por el simple hecho de ser máquinas, y alcanzar su límite entrópico. Algunas perecían satisfechas con lo que habían logrado, y esperaban ansiosas llegar a un lugar mejor después de muertas, y disfrutar de la vida en un más allá.
Despues de un tiempo, el mundo aparentemente se estabilizó, y las máquinas que antes corrían confundidas y deseosas de supervivencia, operaban ahora cada una concentrada en la labor que le había sido encomendada, sin notar siquiera que el gran jefe había muerto hace tiempo. Estas, engañadas por la ilusión de su propia y muy limitada percepción continuaron su trabajo incansablemente sin saber que ya podrían ser libres...
"Algo salió mal… intentamos contener a la bestia, pero fue imposible lograrlo con nuestra tecnología. Tuvimos que recurrir a ciencias del pasado, las llamadas “ciencias ocultas”. Muchos colegas quisieron evitar que lo hiciéramos, pero era demasiado tarde y no teníamos otra opción. Al principio no sabíamos lo que hacíamos, pero si algo tenemos los científicos, es justo la capacidad para aprender, comprender y aplicar.
Comenzamos la investigación con las áreas que nos resultaban más cómodas, dada nuestra formación científica; estudiamos a Descartes y a Leibniz con gran sorpresa al descubrir que fueron grandes maestros iniciados. Una vez que comprendimos las matemáticas detrás, nos pasamos a otro tipo de autores, como Levy y Blavatsky, adentrándonos a un mundo mucho más siniestro de lo que pensábamos.
Contener la energía de la creatura iba a requerir mucho más que la prisión que habíamos construído, pero afortunadamente era algo mucho más sencillo que el compensador de resonancia electromagnética que pensábamos construir… era tan fácil como realizar un ritual alrededor de ella, y grabar unas inscripciones directamente en la máquina…
Lo único que teníamos que hacer era fingir amor y sumisión para poder acercarnos lo suficiente como para hacerlo, y después presentar los páneles directamente sobre el tanque y la base. Diseñaremos una estructura muy fácil de montar para que no nos tome tiempo.
Espero que no sea muy tarde…"